Este año ha llegado a cuotas que resultan difíciles de recordar en el territorio forestal de Baroña, en donde los lobos que campan a sus anchas por estos lugares ya han terminado con la vida de unos treinta potros en un plazo que no alcanza los dos meses, tal y como denuncian en la comunidad de montes de esta parroquia sonense.
«Sempre houbo ataques; os lobos existiron, existen e existirán, pero esta primavera está sendo demasiado forte», explica el secretario de esta entidad comunera, José Arufe, en compañía del presidente de la misma, Ovidio Queiruga. Son ambos conocedores de la realidad que se vive en los montes de la comarca, y explican que es en estos meses del año cuando las yeguas tienden a parir, situación que los depredadores aprovechan para intensificar sus ataques sobre las crías.
Pero este panorama tiene un trasfondo que está relacionado con la regularización del ganado equino. Según explican en la comunidad de montes de Baroña, hay animales que no están declarados por sus propietarios, lo que provoca que los titulares de las bestias no se atrevan a denunciar los ataques para «non verse envoltos en problemas coa Administración». Es por eso que, desde esta institución, animan a los propietarios a dar de alta a todos los animales para poder realizar las denuncias en cuanto se produzcan los ataques.
Organizar batidas
Una de las consecuencias positivas, e inmediatas, que tendría la puesta en conocimiento de las autoridades de cada ataque, sería hacer pública la realidad que se está viviendo en estas cumbres barbanzanas y que están provocadas por un número todavía desconocido de lobos. «Os primeiros que animan aos gandeiros e comuneiros a denunciar son o Seprona e a Consellería de Medio Rural. De saber todo o que está pasando aquí, darían o permiso necesario para organizar batidas nas que participarían a sociedade de caza de Porto do Son, a consellería e nos mesmos», explican Arufe y Queiruga a pocos metros de la última víctima, ya en estado de descomposición, de los cánidos salvajes.
Los lobos suelen atacar durante la noche y en las primeras horas del día. Lo hacen en grupos de dos o más, generalmente, cuando saben que en el monte la presencia del hombre para defender al ganado de sus embestidas es inexistente. |