“Nadan como el Michael Phelps y cada vez hay más. Salen por las noches en familia; al menos hay una de ocho miembros, y otra de hasta 14. Y siguen una estrategia... Mientras los otros comen, el más fuerte vigila. Si quieres acercarte a verlos en la marea baja tienes que ir contra el viento, porque tienen un olfato bestial”. José Luis Villanueva, patrón mayor de la cofradía y presidente de los “parquistas”, es decir, de los mariscadores de los parques de cultivo de almeja y berberecho que han hecho célebre a Carril (Vilagarcía de Arousa, Pontevedra), cuenta que tienen un equipo de visión nocturna para proteger su tesoro de todo tipo de furtivos, humanos y demás animales. Y desde hace casi cuatro años hay una nueva especie en la zona, los jabalíes que colonizaron la isla de Cortegada, separada de tierra firme unos 200 metros por el canal arenoso en el que medra el mejor bivalvo. Son cerdos salvajes de mar, adaptados a las circunstancias y al alimento que les brinda la costa, y con su arribada se han ganado un salvoconducto: ahora están protegidos porque esta isla casi llana de 54 hectáreas que huele a laurel forma parte del Parque Nacional de las Illas Atlánticas de Galicia.
Los productores de almeja han asumido su presencia pero no dejan de lamentarse. Primero, después de que una sociedad micológica alertase en diciembre de 2013 de la devastación que los jabalíes causaban en las setas de la isla (considerada uno de los mejores enclaves de Europa, con unas 600 variedades catalogadas), los mariscadores revelaron que también esquilmaban su producción. Algunos instalaron en el agua redes de plástico, o botellas de cristal colgadas en ristra de una cuerda para espantar con el ruido a los suidos, como si se tratase de cuervos dispuestos a zamparse un maizal.
Más tarde, algún estudio defendió que no era el marisco, difícil de abrir con el hocico, lo que más anhelaba el puerco bravo, sino las galaicas miñocas que también habitan la arena, los poliquetos o lombrices marinas que cosechan los pescadores como cebo. En busca de este manjar, aunque también de algas o mejillones, según Villanueva “destrozan más de lo que comen y meten mucho ruido. Arman unos cristos tremendos. Van dándole la vuelta a las piedras con el hocico, se revuelcan, chapotean, rompen conchas, ponen todo patas arriba y tiran los muros”, tanto los que separan los bancos de cultivo de marisco como los que sobreviven desde principios del siglo pasado en Cortegada.
Porque los jabalíes han decidido habitar una isla que quedó desierta de vecinos para ser regalada, por cuestación popular, a Alfonso XIII en 1910, después de que se diesen a conocer los planos de un imponente palacio real que proyectaba construir sobre las rocas, al borde del mar, un ingenerio al servicio de la Casa Real. Los colonos tuvieron que abandonar sus viviendas, pero Cortegada nunca se convirtió en residencia estival de la monarquía. En 1978, don Juan de Borbón vendió este feraz jardín botánico (compuesto por la isla principal y varias más que conforman el archipiélago) por 60 millones de pesetas; y en 2007 la Xunta pagó 1,8 millones de euros a una inmobiliaria para recuperar el dominio público.
Los parquistas piden reiteradamente a la Xunta y a la dirección del Parque Nacional que “hagan un rareo”, que se “lleven lejos a los jabalíes que viven tanto en la isla como en el monte que rodea el [ribereño] cementerio de Carril, ya que no se autorizan batidas”. En junio de 2014, el Seprona cazó a un hombre que mató con su escopeta a uno de los artiodáctilos. Prosperaba por entonces la leyenda de que la propia Administración había soltado la primera pareja, un adán y una eva que crecieron y se multiplicaron con todo su furor reproductor. El director del parque, José Antonio Fernández Bouzas, y su experto en fauna, Vicente Piorno, niegan rotundos.
Los primeros llegaron solos, “porque nadan y porque son animales que recorren decenas de kilómetros en una noche”. Pero en la isla, propiamente, según las estimaciones anuales que se realizan por medio de fototrampeo (cámaras ocultas en la maleza, disparadas por un detector de presencia), posiblemente solo viven “una hembra, que debe de ser la que pare allí, cuatro subadultos y cuatro rayones”, comenta Piorno. Efectivamente, como la flora y la fauna del Parque Nacional, son intocables. “Serán poco deseados por algunos, pero llegaron de manera natural y son una especie silvestre autóctona de Galicia”, defiende.
“Ellos mismos se encargan de disputarse el territorio. Evitan masificarse en un espacio tan pequeño”, asegura Fernández Bouzas. "Sobre los hongos”, añade, “les hemos encargado una valoración a los mayores expertos de Galicia y descartan que su presencia cause un impacto dañino. Es más, al hozar ayudan a propagar las esporas. Los jabalíes son un elemento más de la pirámide”.