Tener una vida de perros sería, para los pocos lobos que sobreviven en la comarca, todo un privilegio, porque vivir la vida del lobo resulta mucho más difícil.
El ataque del que fue víctima recientemente un vecino de Cee por parte de un cánido viejo y solo puso de nuevo en el punto de mira a unos animales que bastante tienen con no desaparecer como especie en un mundo que, cada vez más, no está pensado para ellos.
Quienes conocen a los cánidos dicen que en la comarca pueden quedar entre cinco y seis grupos viviendo en libertad por los montes. Cada uno de ellos formado por unos cuatro ejemplares. Las lobas paren en verano y suelen tener una camada de tres lobeznos. La mayor parte de los cachorros mueren sin haber tenido opciones para llegar a adultos.
Los montes de Mazaricos, Vimianzo, Dumbría y Camariñas son su hábitat natural. O lo poco que queda de él, porque los bosques ya no son lo que eran. No hace mucho los conejos eran una fuente segura de alimento para los depredadores. También disfrutaban, antes de que las vacas locas pusieran fin a esa práctica, de las reses muertas que sus propietarios abandonaban en el monte.
Ahora con suerte levantan ratones de campo, porque entre los incendios, las leyes y las temporadas de caza, a ellos solo les queda someterse a un régimen severo para salir adelante. Eso o la otra opción que conocen bien los ganaderos de la zona: hincarle al diente a las ovejas que se despistan o merendarse un caballo -preferiblemente un potro- cuando se les pone a tiro.
Antes de que se clausurasen los vertederos municipales, tampoco era difícil verlos por allí buscando comida. Ahora Sogama también se lo ha puesto difícil. Pero es que además tienen un hándicap más con el que lidiar. Su peor enemigo no es el hambre. Tampoco aquellos eólicos que han desplazado sus lugares de cría. Su peor enemigo es el hombre.
Un buen número de cánidos muere atropellado en las carreteras de la comarca, algo inevitable, pero un número mucho mayor pierde la vida en las trampas que pueblan su territorio y en batidas ilegales de las que no pueden huir.
Algunos mueren envenenados y otros pierden la vida en los lazos que determinados sujetos dejan en los bosques. Son las trampas más crueles, aros metálicos que se cierran cuando el animal se mete en ellos y hace fuerza por soltarse. Muchos mueren asfixiados, otros, de hambre o con terribles mutilaciones.
Que ataquen a personas es algo inusual. Hacía muchos años que no se registraba una agresión. Conocen a los hombres y saben que con ellos llevan las de perder. No es extraño que lo hagan con animales domésticos, aunque cada vez con menor frecuencia, porque cada vez quedan menos.
Quienes van al monte a estudiarlos saben que dar con ellos es prácticamente un milagro. Mucha paciencia para pocas imágenes. Y es que el lobo feroz lo tiene cada vez más duro. |