Durante 14 años –de 1983 a 1996- fui Secretaria General de ADENA, y ello me permitió ser testigo de excepción del enorme cariño que S.M. El Rey ha tenido siempre por esa organización, a cuya creación contribuyó de forma decisiva en el año 1968, y a la que siempre apoyó, primero como Príncipe de Asturias y más tarde como Rey.
Si bien es cierto que hoy en día la práctica cinegética no está bien considerada por la mayoría de los defensores de la naturaleza, hay que admitirlo, también es cierto que la ignorancia en el mejor de los casos, y el oportunismo en el peor, dan origen en ocasiones a la injusticia. ADENA y WWF, que son las siglas de la organización internacional, fueron creadas, financiadas e impulsadas en sus comienzos y durante décadas por un pequeño grupo de mecenas, cazadores todos ellos, enamorados de la flora y la fauna más exquisita del mundo, en su mayor parte en peligro de extinción.
Nombres como el de Luc Hoffmann, heredero de los laboratorios Roche, quien visitó Doñana por primera vez en 1952, y ya no pudo dejar de luchar por su conservación, Jorge de Pallejá, ilustre catalán autor de varios libros de cacerías en África, o el mismísimo marido de la reina de Inglaterra, el duque de Edimburgo, fueron además de científicos, hombres de negocios o miembros de la realeza, grandes cazadores y a la vez indiscutibles guardianas de la naturaleza.
Nuestro Parque Nacional más emblemático, Doñana, fue creado y llevado a los más altos niveles de fama mundial, por estas personas, junto al científico español Tono Valverde, con las que El Rey Don Juan Carlos colaboró estrechamente ante las autoridades españolas para conseguir la declaración de Doñana como Parque Nacional en 1978 y sustraer así esa joya de la naturaleza española a la caza indiscriminada, muchas veces furtiva, a la que estaba sometido ese territorio único, a caballo entre la duna y el mar.
Nunca se hizo tanto desde una organización para proteger el inmenso patrimonio natural de España como en aquellos largos lustros en los que S. M. El Rey tomaba parte activa en las reuniones del Patronato de la Asociación y en los que su sola presencia abría puertas, de otra manera cerradas, a un pequeño equipo de trabajo, que tuve el honor de dirigir durante 14 años.
En ese tiempo, bajo la iniciativa de ADENA se protegieron oficialmente infinidad de lugares que hoy forman parte de nuestra incomparable riqueza de flora, paisaje y fauna. La isla de Cabrera en Baleares, el archipiélago chinijo en Canarias, las lagunas de Gallocanta y de Daimiel, Cabañeros en Castilla y Monfragüe en Extremadura, además del ya mencionado Doñana, se declararon protegidos en esos años y siempre, siempre contando con el apoyo implícito o explícito de S.M. El Rey.
Especies como el buitre negro, el águila imperial, la avutarda, el lobo o el oso pardo, fueron protegidos, impulsada su cría en cautividad y dados a conocer a los españoles a través de las inolvidables series de TV de Félix RodrÍguez de la Fuente, por entonces vicepresidente de ADENA, y por cierto también cazador, hasta que un fatal accidente robó a muchas generaciones la delicia de su capacidad comunicadora.
Por todo ello, me parece enormemente injusta la decisión que ha tomado la Asamblea General de WWF España de apartar a S.M. el Rey de la Presidencia de la organización. Creo que a los que han votado tal decisión les ha faltado la información adecuada para juzgar toda una labor de muchos años de nuestro monarca en defensa de la naturaleza.
La decisión de una Asamblea General es soberana y hay que aceptar y dar por buenas las medidas que considere oportuno tomar, pero no por ello deja de ser sorprendente y doloroso que los que ayer se beneficiaron del amparo de la Presidencia de Honor en tan alta personalidad hoy no rompan públicamente una lanza a favor de la memoria y la justicia histórica de la organización. Yo deseo hacerlo con toda firmeza y decir a quienes forman en la actualidad parte de esa magnífica organización, ahora convenientemente llamada WWF, a secas, que practicar el olvido o el encogimiento de hombros, no les honra en absoluto, al contrario, les empequeñece por falta de valor o de memoria, que ambas cosas son necesarias en la defensa de cualquier ideal. |